Las redes sociales dejaron de ser espacios de conexión entre personas reales para convertirse en plataformas de entretenimiento algorítmico. Instagram y TikTok ya no premian lo auténtico ni lo íntimo: el contenido que vemos está diseñado para maximizar el tiempo en pantalla, no para reforzar vínculos. Esto transforma profundamente la forma en que nos relacionamos, tanto con otros como con nosotros mismos.
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Hoy, los feeds están dominados por creadores y marcas que no conocemos, pero que captan nuestra atención con trends, bailes, tutoriales y estéticas cuidadosamente calculadas. El scroll infinito nos presenta menos a nuestros amigos y más a desconocidos que se ajustan al molde del algoritmo. Las plataformas priorizan el contenido viral, no las conexiones humanas.
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El impacto va más allá de lo visual. La dinámica actual borra la línea entre usuario y audiencia. Publicar deja de ser compartir y pasa a ser “performear”. Las nuevas generaciones sienten que deben entretener o vender, incluso en sus cuentas personales. La ansiedad por validación se amplifica en un ecosistema donde todo se mide por visualizaciones.
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El artículo plantea una pregunta clave: ¿qué perdemos cuando lo social desaparece de las redes sociales? Las plataformas que prometían acercarnos, hoy pueden estar erosionando la espontaneidad, la privacidad y la empatía. Mientras Meta y TikTok perfeccionan sus algoritmos, la experiencia humana queda cada vez más diluida en un mar de contenido optimizado.