La cultura digital transformó nuestra relación con la comida, y hoy lo que manda no es solo el sabor, sino también el fenómeno viral que genera en redes. El Foodmo, o miedo a perderse un plato que otros disfrutan, se convirtió en un motor de consumo que mueve tanto a usuarios como a marcas. Ya no se trata de un simple antojo: es la necesidad de ser parte de una experiencia compartida en la comunidad online.
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Esa ansiedad por no quedar afuera llevó a que restaurantes, bares, cafeterías y heladerías se sumen a la ola replicando recetas que se viralizan en TikTok o Instagram. Desde smoothies de colores imposibles hasta platos diseñados para ser fotografiados, los locales entendieron que más allá del sabor, el valor está en el impacto digital. La comida se vuelve así no solo un producto gastronómico, sino un contenido cultural que todos quieren compartir.
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Pero el fenómeno también cruza fronteras: muchos foodies viajan exclusivamente para probar una tendencia viral en su lugar de origen. Basta con ver los casos de quienes se desplazan a Estados Unidos solo para probar el último smoothie de Erewhon, impulsado por celebridades y replicado hasta el cansancio en redes. Esta búsqueda por el hype gastronómico evidencia cómo los algoritmos alimentan tanto la curiosidad como la exclusión.
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El futuro del Foodmo plantea un desafío: ¿se trata de una moda pasajera o de una nueva manera de entender la gastronomía? Lo cierto es que, al ritmo de los likes, las tendencias seguirán marcando la agenda de lo que comemos. La mesa, antes un espacio de disfrute personal, ahora es también un escenario colectivo donde se juega pertenencia, status y visibilidad digital.