En plena ola digital, compartir tu ubicación dejó de ser solo una herramienta de seguridad para convertirse en parte del daily de muchas parejas. Un episodio reciente del podcast Modern Love analizó cómo el “puntito azul” puede ser un gesto de cuidado… o un indicador de control. La línea entre confianza y vigilancia se tensó.
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Por un lado, ubicar al otro puede ofrecer tranquilidad: saber que llegó bien, que está en movimiento o coordinársela sin mensajes constantes. Pero también puede transformarse en un recurso para controlar, acosar o incluso manifestar inseguridad. Como contó Arlon Jay Staggs, el propio escritor terminó apagando el servicio cuando la mirada constante de su madre generaba angustia .
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La discusión no es nueva. Expertos advierten que usar el tracking como excusa para “cuidar” puede evidenciar desconfianza o dinámicas abusivas dentro de la pareja(). Lo saludable no es la ubicación per se, sino acordarlo como parte de un pacto libre, sin presiones, con respeto mutuo y límites claros.
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Esta nueva versión del “¿dónde estás?” exige un aggiornamento emocional. Compartir tu ubicación puede ser un acto de cariño o un gesto invasivo, según quién lo decida y cómo. Como en todo vínculo moderno, se trata de comunicación, acordar lo que resuena en los dos y volver a preguntarse: ¿estamos en sintonía o en piloto automático?